Miguel Ángel Sosa
X: @Mik3_Sosa
El suicidio es una de las problemáticas más complejas y dolorosas que enfrenta la sociedad moderna. A pesar de los avances en salud mental y la creciente conciencia sobre su impacto, continúa siendo un tema rodeado de estigma y desinformación. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que cada año mueren por suicidio cerca de 700,000 personas en todo el mundo, lo que representa una muerte cada 40 segundos. En México, el suicidio es la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años, y las tasas han mostrado un preocupante aumento en la última década.
¿Qué nos lleva a ignorar un problema tan grave? A menudo, el suicidio se aborda desde una perspectiva de silencio, ocultamiento o incluso de culpa, lo que impide que quienes sufren busquen ayuda a tiempo. Las personas que llegan a contemplar o ejecutar el suicidio suelen estar inmersas en un profundo sufrimiento emocional, que, si no es detectado y atendido, puede llevar a la tragedia. La falta de recursos adecuados y accesibles de salud mental, sumado a los estigmas culturales, agrava la situación.
Existen diversos factores de riesgo asociados con el suicidio, entre los que se incluyen la depresión, la ansiedad, el trastorno bipolar, el abuso de sustancias y los trastornos de la personalidad. Sin embargo, no solo las condiciones psiquiátricas juegan un papel determinante. También influyen factores sociales como el desempleo, la discriminación, la violencia y la falta de apoyo familiar. En un país como México, donde la desigualdad social es marcada, estos factores pueden potenciar la desesperanza y el sentimiento de aislamiento.
Las estadísticas muestran una realidad alarmante. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2022 se registraron 8,451 suicidios en México, lo que representa una tasa de 6.8 por cada 100,000 habitantes. Aunque estas cifras varían por estados, en algunos como Chihuahua y Yucatán, la tasa supera los 10 suicidios por cada 100,000 habitantes. A nivel mundial, la tasa de suicidios es de aproximadamente 9 por cada 100,000 personas, siendo los países con ingresos medios y bajos los que presentan las tasas más altas.
¿Por qué, entonces, sigue siendo tan difícil hablar abiertamente sobre el suicidio? El miedo al juicio social, la vergüenza y la falta de comprensión sobre los trastornos mentales son barreras que impiden una conversación abierta y sincera. Es fundamental desmitificar las ideas erróneas que rodean el suicidio y comprender que se trata de un problema de salud pública que requiere de una intervención integral y coordinada.
Los retos sociales que plantea el suicidio son numerosos. A nivel comunitario, es necesario fortalecer los lazos sociales y crear redes de apoyo que puedan identificar y asistir a quienes están en riesgo. La educación sobre salud mental debe ser prioritaria en todos los niveles, desde la familia hasta las instituciones educativas y laborales. Sin embargo, estos esfuerzos deben estar acompañados de políticas públicas que garanticen el acceso a servicios de salud mental de calidad y que estén disponibles para toda la población, independientemente de su nivel socioeconómico.
Es imprescindible abordar las causas subyacentes del suicidio desde una perspectiva multidimensional. La pobreza, la violencia, la exclusión social y la falta de oportunidades son factores que, cuando se combinan con problemas de salud mental, aumentan significativamente el riesgo de suicidio.
Resulta urgente que como sociedad y como individuos nos comprometamos a romper el silencio en torno al suicidio y a garantizar que todos los que necesiten apoyo lo reciban a tiempo. La salud mental debe ser una prioridad en nuestras vidas y en las políticas públicas, para que cada persona tenga la oportunidad de encontrar esperanza y vivir con dignidad.