24 abril, 2024

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Nueva Era

HUÉRFANOS DE LA DERROTA

Miguel Ángel Sosa

Twitter: @Mik3_Sosa

A veces hay derrotas que poseen mayor dicha que las victorias, siempre y cuando estas puedan atenderse como escalones de superación y enalteciendo valores como la integridad, la honradez y la dignidad. Lo mismo pasa en la política que en la empresa privada, en los empleos que en la academia o las relaciones personales.

A lo largo de la historia, diversos pensadores han dedicado tinta a la idea de imaginar horizontes más prometedores tras el paso del diluvio, como el novelista español Benito Pérez Galdós, quien afirmó que “no hay mal que cien años dure”; o el escritor jesuita Baltasar Gracián, quien nos regaló un aforismo que por más que pasen los años sigue vigente: “no hay mal que no venga por bien”.

Y es que, con el balance de las elecciones de este domingo, no son pocos los que se dejan seducir por los nubarrones que les prodiga, de primera instancia, el desconsuelo. Quién perdió y quién ganó, son datos que en cada uno de los estados se determinará estadísticamente, son números equivalentes a votos con los que se le levantará la mano a tal o cual candidato.

Sin embargo, a pie de calle, hay otro tipo de derrotas que no pueden dimensionarse solo con la información que sale de las urnas. El desconsuelo de la derrota, esperada o no, es una densa capa que lo mismo cubre a los abanderados que fracasaron en el intento, que a sus equipos y a la ciudadanía que los apoyó.

Recordemos que en política no hay sorpresas solo sorprendidos, y para atizar más en este sentido: se vale tener ilusiones, pero no ser ilusos. Es por ello por lo que de la autocrítica vendrán las fuerzas para quienes esta vez no lograron llegar.

Hay dos caminos: rendirse o seguir hacia adelante. Los que hoy ganaron esperan que la oposición tome el primero, apuestan por la claudicación, cansar al enemigo hasta hacerlos desfallecer. Es una apuesta arriesgada, ellos creen que es certera y confiable, ya habrá tiempo para poner a prueba esas endebles confianzas.

“El pueblo pone y el pueblo quita”, ha repetido en innumerables ocasiones el Ejecutivo federal. Al respecto, poco se ha analizado sobre que ese “pueblo” al que se refiere el presidente López Obrador es uno en donde desgraciadamente, se comprueba una y otra vez, no cabe la sociedad en su conjunto.

La retórica oficial ha enaltecido una especie de segregación cuyo vehículo ha sido el lenguaje. La palabra afilada, nociva y bravucona ha fileteado al pueblo, separándolo en partes y dejando dentro de la esfera de apoyos solo al “pueblo bueno”, ese al que se pastorea con programas sociales, becas y frases mesiánicas.

Una derrota frente a la tiranía no es el fin, como tampoco un paso hacia atrás puede representar la devastación de los ideales. «La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece», señaló con precisión el escritor argentino Jorge Luis Borges, habrá que ver si esto lo llegan a entender algunos en México.